3/01/2016

Dungeon World. Capitulo I

Parece ser que lo de relatar las aventuras roleras a gustado al menos al master habitual, que ha decidido comenzar a narrar la historia que se está gestando con el otro juego del mismo sistema que "Apocalypse": Dungeon World. Así que aquí teneis el primer capitulo escrito por Piteas de las desventuras de la clérigo loca de Taria y mi pequeña ladrona... Mientras tanto, yo sigo escribiendo el capitulo V de "Apocalypse World", y espero que esté listo para el jueves o el viernes (He tenido menos tiempo para escribir con el cambio de turno en el trabajo, pero como al final no hubo partida este fin de semana pasado, tampoco me voy a dar mucha prisa para no quedarme sin cosas que contar).



Capitulo I

Belladona salió de entre la espesura junto al río. En esta parte de la garganta, tan alto en la montaña, el agua sonaba con fuerza, ahogando los ruidos nocturnos del bosque. La joven se sentó a tomar un respiro en una roca en la orilla, aprovechó para llenar su cantimplora y dedicó unos segundos a admirar el cielo tachonado de estrellas: la luna aún seguía tras las montañas y podía admirar hasta el más humilde de los luceros. El cielo estrellado era el único placer que Belladona le veía al campo frente a la ciudad, así que se recreó admirándolo hasta que notó el frío de la noche calándole los huesos.
Se embozó la capa contra el viento, que bajaba ahora cortante de los picos, y volvió por el sendero entre zarzas hasta el campamento. Para su sorpresa, sus compañeros ya se calentaban alrededor de una acogedora fogata.
Realmente, la primera hoguera que habían perpetrado era poco más que una agonizante llama que vomitaba un desagradable humo negro mientras chisporroteaba entre la poca madera húmeda que habían encontrado. Pero quiso la fortuna  que una de las chispas alcanzase las mochilas y prendiera en el petate de Pelín. Todo su contenido fue pasto de las llamas en apenas un instante, pero dejo un bonito y cálido fuego que devoró sin chistar las dos lonas embreadas que intentaron usar para apagarlo.
Al final decidieron dejarlo como estaba y decirle a Bella que la habían encendido ellos, disfrutando los tres de la cara de sorpresa e incredulidad de esta al llegar al campamento. Bueno, disfrutando al menos Dulce y Unojo: Pelín no podía reprimir una mueca de tristeza al distinguir entre las llamas los restos calcinados de sus pertenencias.
-          Bueno, bueno –saludó Dulce- ¿ha ido bien tu caza esta noche? ¿o volveremos a cenar cecina seca?
-          ¡Perfecta! –contestó animada Bella.
-          Entonces –cortó Unojo mientras se levantaba- iré a por el cuchillo de despellejar conejos.
-          Bueno, errr… al final no he podido cazar los conejos. ¡Los miserables corren mucho más de lo que me esperaba!
-          ¿Entonces?
-          Urogallos… los he visto y me he dicho “No será muy distinto a robar gallinas ¿no?”.
-          Bueno, pues pásamelos y los desplumo y…
-          Pero al final sí que ha sido distinto, si –prosiguió mientras bajaba avergonzada la voz.
-          Pero… ¿has llegado a cazar algo? –sentenció Dulce.
-          Pues…
Y vació el saco, lleno de bayas y setas, ante sus compañeros. Ella estaba “bastante” segura de que ninguna era venenosa pero, tras pasar una hora discutiendo cuales serían comestibles, guardaron las bayas y acabaron cenando cecina seca otra vez.
Extendieron las lonas y los sacos en el suelo. Unojo se apostó junto a los rescoldos de la fogata para hacer la guardia y Bella se fue a dormir bastante molesta porque no hubieran confiado en su habilidad. Antes de que le entrase el sueño pudo escuchar los profundos ronquidos de Unojo “haciendo la guardia”.
-          ¡Joder! –Juró entre dientes, segura de que la clérigo no podía oírla-, en serio, no me merezco estos inútiles de compañeros-
Pero sí, merecía eso e incluso cosas peores.



Hacía tres días, Dulce y Belladona habían llegado a la pequeña aldea de Underhill, en los límites del reino. A Dulce le gustaba viajar por estos pueblos para poder “proclamar la palabra de Zomelster”: discursos apocalípticos sobre las enfermedades de la moral, amenazas poco veladas contra creyentes de cualquier otro Dios y borracheras culpables en las que –y esto es lo que más le gustaba a Bella- ella pagaba toda la cerveza.
Normalmente Bella le dejaba campas a sus anchas, así se sentía menos culpable cuando Dulce la sacaba de los follones en los que se metía, pero esta vez le hizo prometer que se moderaría por una excelente razón: La Fiesta de la Cosecha.
Y es que, cuando acababa el verano en las aldeas de Greenhills, se celebraban grandes fastos, con hogueras, comida gratis y alcohol barato. Así conseguían siempre que los temporeros se dejasen gran parte de los sueldos que les habían pagado por la cosecha.
Dulce se comportó muy bien, pues podía ser un poco “radical” en sus ideas, pero tenía saber estar. Paradójicamente, hubo muchos jóvenes y temporeros que se acercaron a ella en el calor de la fiesta para oírle hablar de Zomelster. La clérigo lo interpretó como una recompensa de su Dios, aunque Bella se lo achacaba al alcohol que fluía constantemente y al generoso escote de la blusa que le había dejado.
Bella decidió no acaparar a su amiga esa noche y vagabundeó entre las tiendas improvisadas, picoteando aquí y allá hasta que vio a la joven. La chica estaba parada, declinando torpemente las invitaciones obscenas de un par de borrachos. Aprovechó para examinarla de arriba abajo.
Botas rojas de caña alta, con calentadores purpura y una media de cada color. Un faldellín rosa plisado (¿sería de cuero?¿piel?¿charol?), con un corsé que conseguía sacar turgencias de su pecho casi infantil. Lo coronaba todo con un sobredimensionado sombrero de colores que más bien pareciera un monstruo hambriento que hubiese empezado a devorarla por la cabeza. El cerebro de Bella, afilado por años de experiencia en desventuras, le dio un mensaje rotundo: era la víctima perfecta.
Se acercó a la chica con falsa bravuconería –sin perder de vista a Dulce en ningún momento por si tenían que acabar a tortas- y espantó a los borrachos con los juramentos que Dulce nunca le dejaba soltar en público. En dos segundos se había ganado la amistad de la sonrojada joven y en cinco minutos le había sacado cena y un par de rondas de cerveza. Diez jarras más tarde la chica estaba borracha como una cuba.
-          ¡Me llamo Lucy –dijo por enésima vez la joven, sacudiendo la jarra en alto- y soy del Gremio de Aventureros de Fairscut!
-          Ya, ya, ya –la detuvo Bella, bajándole el brazo mientras pedía perdón con la mirada a un par de campesinos empapados en cerveza.
-          ¡Y tu eressh la mejor jodida amiga que he encontrado entre los paletos deshhte pueblo! ¡Dame un abrazo!
-          Bueno, si, va, eah –interrumpió mientras se zafaba a la borracha de encima-, tú… tú no pruebas mucho el alcohol ¿verdad?
-          Bueno, en el gremio apenassh nossh dejan. Solo un poquito –hizo un gesto extraño con los dedos y a punto estuvo de perder el equilibrio si Bella no le hubiese sujetado- ¿vesshh? ¡Y por esto deberías ayudarme!¡Somossh como una familiaa!
-          No, si te ayudaré, claro –dijo Bella algo arrepentida de como se le había ido todo de las manos-, al menos a llegar a la cama o algo.
-          Nooooo –Lucy la apartó molesta-, no en irme a la cama, joder. ¡de aventuras!¡Para conssheguir la plata de estos montes!
La mera mención de plata sacudió en un instante todo el alcohol de Bella, que encontró fuerzas renovadas para llevarla a rastras hasta una mesa alejada, ahuyentar a curiosos, sentarla, y empezar a tirarle de la lengua.
Así fue como, del parloteo inconexo que iba soltando Lucy mientras se dormía en brazos de la embriaguez, consiguió averiguar que en la garganta vieja –a solo dos días de allí- se encontraba la antigua “Caverna de las 1000 almaggñfsh” (balbuceo que Bella tradujo como “almas”). Dentro de esta, descansaban sin dueño tesoros incalculables que nadie había conseguido por culpa de las terribles trampas.
Trampas espantosas y asesinas de las que –casualidades de la vida- el gremio había conseguido unos legajos donde se indicaba como sortearlas, y hasta allí habían enviado a Lucy. Seguramente habría más cosas interesantes, pero Lucy calló dormida y Bella no pudo hacer nada por despertarla.
Por curiosidad, tanteó la bolsa de la chica dormida y encontró tanto el pergamino sellado por “Fairscut” como unas cuantas monedas (propiedades que ella decidió custodiar hasta que Lucy despertara).
Y así la joven ladrona se encontró con el único pergamino para sortear las mortales trampas de una peligrosa mazmorra plagada de tesoros; y la única persona que también lo querría usar iba a tener una de las peores resacas de la historia. Solo restaba convencer a Dulce.
Belladona ya había viajado con la clérigo de Zomelster durante meses y había aprendido muy bien cómo tratarla. Por mucho que la acusasen de extrema, bajo el sayal y la maza se escondía un corazoncito tierno que valoraba la sinceridad por encima de todo.
-          Me he enterado que, en estos valles –le abordó al día siguiente- se esconde una madriguera de miserables criaturas que envenenan las aguas y se burlan de las enseñanzas de los dioses.
-          ¿Se burlan de Zomelster? –respondió Dulce, a punto de atragantarse con la malta.
-          ¡Sí! ¡De ese sobre todo!
-          Dios santo, esto no puede quedar así… ¿no te habrán dicho también donde se encuentra?
-          ¡Si hasta tengo un mapa! –respondió la ladrona, sacando el pergamino. Había tenido la precaución de arrancar antes el sello del gremio de Fairscut.
-          Dios mío. ¡Esto es perfecto! –Dulce sonrió plena de emoción mientras le apoyaba la mano en el hombro a Bella-, que sepáis que sois la mejor amiga que alguien como yo pueda tener. Sabía que se equivocaban aquellos hombres que me hablaron anoche tan mal de vos.
-          Que... de mi… ¿Quién dijo qué?
-          Eso ahora no importa, mi buena acólita –Dulce aún pensaba que la ladrona acabaría convirtiéndose-, por muy ratera o mucho meretriz que os consideren, sois una persona de confianza.
-          Que me llamaron…
-          Y ahora –prosiguió dulce sin prestar atención-, marcharé a buscar valientes que nos acompañen en nuestra gesta.
Y así, Bella quedó en la posada preparando los petates mientras Dulce iba a dar una de sus “Arengas-a-la-hora-de-comer” a los temporeros, por si querían unirse. Por ahora eso solo había funcionado una vez, pero no contaba porque el individuo era sordo y pensaba que lo estaban invitando a comer.
Al caer la tarde Bella esperaba en el banco junto a la posada, apoyando los pies sobre las mochilas, cuando vio acercarse a Dulce radiante de alegría con un individuo a cada lado.
El de su izquierda, que más tarde se presentó como Unojo, parecía que había robado las ropas y el pelo a un espantapájaros: su atuendo estaba raído y sucio y su cabello pajizo y ralo. Además, por cómo le miraba el culo a Dulce mientras se acercaban, ya suponía que acabaría dándole problemas.
El otro chaval no prometía mucho más. Parecía ser imberbe –tanto de cara como de ingles-, y debía pensar que aparentaba ser todo un profesional vistiendo su cota de cuero, pequeña y mal cortada, en mitad de la aldea por nada en particular. Además, sonreía demasiado como para entender de verdad a donde se querían dirigir.
Este fue, precisamente, el que corrió a presentarse como Pelín, ofreciéndole a Bella una mano blanda y una reverencia demasiado ensayada. No sabía si era por la impresión que le causaban, o por el incómodo hecho de que se habían apuntado gracias a una arenga de Dulce, pero todos los sentidos de la ladrona le decían que corriera muy lejos de este grupo y sin mirar atrás.
Aun así, el dinero es el dinero, y ya se había gastado todas las monedas que le “custodiaba” a Lucy, así que devolvió el saludo con una sonrisa impostada y se encomendó mentalmente a todos los dioses que conocía.
Dos días más tarde, mientras Dulce meditaba y ella desmontaba el campamento para partir a la Cueva de las 1000 "almas", pudo ver como Unojo se dedicaba a hablar con las ramas de los árboles y Pelín intentaba calarse los restos calcinados de una cota de cuero.


Y se dio cuenta de que, al quedarse, había cometido un grave error.

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